domingo, 22 de enero de 2012

Hogar dulce hogar

Recinto de fortificación permanente en el interior de una plaza, que sirve para dominarla o de último refugio a su guarnición. Ésa es la definición de la RAE para ciudadela. He vivido desde hace nueve años (justamente hoy que cumplo 20) en una, antes vivía lateral a la plaza central, y desde entonces me han robado tres veces, las únicas veces en mi vida. “Ciudadela cerrada” como muchos llaman, es la más buscada por muchos por su seguridad, guardianes en una garita que registran la entrada pidiendo una identificación al que entra, la cual puede o no ser falsa. Esto porque ellos se encuentran seguros, según su imaginario, de la delincuencia. Muchos creen que esto es un tipo de fortaleza a la cual nadie puede entrar, casi como Springfield en la película de Los Simpsons.
Siento desilusionarlos, no es así.

Me han robado tres veces y dos de ellas fue el mismo ladrón, por lo cual muchos han hecho bromas (y lo siguen haciendo). La primera fue el día de un examen para una materia llamada Técnicas de Entrevista. Debía ir temprano, arreglar el set y asegurar la presencia del entrevistado, de lo contrario tendría un lindo y redondo cero como examen. Me levanté más temprano de lo normal, (al que madruga Dios lo ayuda, dicen) me arreglé y salí de casa para dirigirme a la estación de la Metrovía de la Ferroviaria. Pasé la garita saludando a los guardias. Caminaba por ese callejón rodeado de árboles, que separan mi ciudadela de María de las Lomas, más conocida como San Pedro para los alumnos de la UCSG, cuando escuché un “ts ts”. Ahora me pregunto por qué reaccioné ante éste, pero en ese instante no estaba pensando y volteé a mirar quién era. Un señor de mediana edad, algo desarreglado debo decir, sacó de su pantalón un revolver y me apuntó directo al estómago diciendo “Dame el celular”. Mi BlackBerry se había dañado y tenía un Nokia 1100 de respaldo, que al parecer le fue muy útil al ladrón, pues se lo llevó. Creo que él se había levantado antes que yo, porque al que madruga…

Al día siguiente del incidente, los guardias tan cordiales me informaron sobre quién era mi atacante, que al parecer yo no había sido su única víctima, me dijeron su apodo y que vivía justo al otro lado de esos árboles que nos separan. Ese día mi madre me acompañó para “defenderme”. Esto es algo que aún no logro entender, supongo que es por la preocupación de madre. Sin embargo, en medio camino nos lo encontramos. A diez pasos de la garita él me apuntaba de nuevo y una vez más me pidió mi celular. Esta vez yo cargaba mi BlackBerry ya arreglado. Mi primera reacción fue, según yo, un acto de defensa…

–Pero si ya me robaste ayer– subiendo mi tono de voz.

–Dame el celular– insistiendo con el arma y vigilando que nadie lo viera.

–Pero fue ayer…– está vez casi gritando.

Me miró fijamente y entendí que había perdido la batalla. Se llevó el teléfono.

¿Qué pasó con mi súper acompañante y defensora?

Pues ella, no sé en qué momento porque todo fue tan rápido, estaba diez pasos más lejos de nosotros gritándole a los guardias para que hagan algo. ¡Qué gran defensora! Ni ella, ni los guardias se acercaron, pero no los culpo. Mi madre solo poseía su voz y los guardias a duras penas un tolete para defenderse, y como ya lo conocían, no se iba a acercar.

Después de esto y del asalto de un carro que se encontraba parqueado frente a una casa dentro de la ciudadela (el ladrón salió como dueño: los guardias no vieron quién iba dentro, sino sólo el carro), la presidenta actual había decidido crear una nueva garita, una que posea un gran muro, rejas y un pequeño kiosko para los guardias. La única diferencia era el gran muro. Desde hace dos años, impuso que todos los miembros de la ciudadela poseyeran tarjetas magnéticas para entrar y así los guardias sólo se encargaran de las personas “ajenas” a la ciudadela.

Pues creo que, desde hace un año que poseo carro, soy “ajena” a la ciudadela, pues aún note tengo esa tarjeta. La verdad no creo necesitarla, prefiero que los guardias vean con quién voy a simplemente pasar desapercibida, lo cual puede causar más riesgo.

Hago un paréntesis, para contar una pequeña anécdota.

A una amiga que casi siempre va a mi casa en su Ford; la dejan entrar tranquilamente y hasta los guardias se disculpan cuando no la reconocen. En cambio, a mí, en mi pequeño Spark, me miran dos veces, y a punto han estado de pedirme la identificación.

Cierro paréntesis y concluyo.

No estoy muy segura que la RAE tenga la razón en todo. “Recinto de fortificación permanente”, ésa es la que considero parcialmente cierta, todo depende de que los guardias hagan bien su trabajo. “En el interior de una plaza que sirve para dominarla o de último refugio”: No estoy segura en que la dominemos, pero para cualquiera su casa será un refugio, un lugar donde se sentirse a salvo.

Crónica elaborada por nuestra Bloggera invitada @JoyceStella

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